martes, 25 de noviembre de 2014

Una charla sobre el destino

"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.
William Shakespeare

"Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar puede el hombre escapar a la sentencia de su destino."
Esquilo de Eleusis 

"Caminante no hay camino, se hace camino al andar."
Pablo Neruda 

Muchos autores, científicos, pensadores, filósofos, eruditos... han discutido larga y tendidamente sobre el asunto del que voy a discursear en las siguientes líneas. Y usted, avezado lector, estoy seguro de que ya ha inferido que el tema que aquí nos concierne no es otro que el "destino". Un tema muy poético... a la par que espinoso. Pero antes de empezar con el meollo de la cuestión, conviene hacer unas aclaraciones:

Primero de todo, hay que definir qué es el "destino", ya que como uno aprende cuando estudia matemáticas, antes de empezar a hacer filigranas con las ideas hay que definirlas correcta e inequívocamente para evitar confusiones. De no ser así acabaríamos en divagaciones y sinsentidos que no llevan a ninguna parte.

Y bien, ¿qué es el destino? Si uno se va al diccionario de la Real Academia Española se encuentra con numerosas acepciones de la palabra, de las cuales pocas nos interesan. Así que como no me convencían mucho, indagando en Internet he podido encontrar una que nos puede servir:

"El destino (también llamado fátum, hado o sino) es el poder sobrenatural inevitable e ineludible que, según se cree, guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido, de forma necesaria y fatal, en forma opuesta a la del libre albedrío o libertad."

Como habéis imaginado la mayoría, sí, está sacado de la Wikipedia, se me da muy bien indagar. Pero bueno, con esto nos sirve.

Otra aclaración que me veo obligado a realizar es que no voy a ahondar en el terreno teológico del destino. Ya sabéis que si os mola ese rollo, este no es vuestro blog.
Tampoco se va a hablar sobre el destino visto como en la película de Destino Final, en la que un grupo de chavales evita la muerte en un accidente y como estaban marcados por el destino van muriendo uno a uno. No, ese no es el destino que vamos a tratar.
También os aviso de que en el texto aparecerán algunas pinceladas de física, ya que sí uno habla del mundo, entonces habla de física. ¡No os asustéis! ¡Esto no es una disertación sobre mecánica cuántica! Toda la física que aparezca en el texto será estrictamente necesaria y ajustada al conocimiento de física de una persona que sepa que las cosas están hechas de átomos. Es decir, no hace falta ni la ESO, solo ganas de usar un poco el coco.

Dicho esto, os dejo con esta curiosa conversación entre dos simpáticos personajes:

Rator: Querido Fiódor, imagínese un libro. Un libro en el que está escrito todo lo que ha sucedido, lo que está sucediendo ahora mismo y lo que sucederá en un futuro. Algo así como el almanaque deportivo de "Regreso al Futuro" pero a lo bestia. Un libro que contenga todas las guerras habidas y por venir. Todos los primeros besos y todos los últimos. Aquél que tiene entre sus páginas el detallado nacimiento de las primeras estrellas y, unos capítulos más adelante, la muerte de la civilización humana. Imagínese un libro en el que se cuentan todas las historias contadas, y todas las historias que están por contar. Un libro en el que estaba escrito que usted escucharía estas palabras y que yo las diría. En resumen, un libro en el que estuviese escrita toda la historia del universo, con el máximo detalle. Desde el inicio de todo, si es que existe dicho inicio, hasta el final, si es que lo hay. Ese libro es el destino.

Fiódor: ¿Y ese libro existe?

Rator: Para tener un libro primero hemos de tener páginas, Fiódor. Dichas páginas deben estar ordenadas de alguna forma para que lo que esté escrito posea algún sentido. Entonces, ¿cree usted que podemos ordenar los sucesos del universo como si de las páginas de un libro se tratase?

Fiódor: Pues no sabría decirle…

Rator: Me temo que esta cuestión ya es el primer obstáculo con el que nos enfrentamos a la hora de hablar sobre el destino. Para poder hablar del destino debe haber un futuro, un pasado y un presente. Es decir, tiene que existir el tiempo. ¿Y qué es el tiempo? ¿A caso existe?

Fiódor: Hombre, yo distingo entre ayer, hoy y mañana. Así que el tiempo, a mis ojos, existe.

Rator: ¿Pero ese tiempo que percibe usted es el mismo que percibo yo? Está es una cuestión aún más compleja de responder si cabe que la que nos estábamos preguntando, así que vamos a dejarla de lado y vamos a suponer que el tiempo existe y converge de una manera "relativamente" lineal en la misma dirección, aunque no necesariamente a la misma velocidad en todos los sitios. Como el agua que pasa a través del cauce de un río, sólo que por unos lados el fluido se desplaza con distinta rapidez que por otros.

Fiódor: Mmm… De acuerdo.

Rator: Apartada esta cuestión y asumiendo que podemos establecer una cronología dentro de una colección de sucesos, le invito a realizar el siguiente ejercicio mental:
Imagínese, Fiódor, que está sosteniendo con su mano un objeto cualquiera, digamos, una pelota. Y de repente abre la mano y suelta la pelota. ¿Qué ocurrirá a continuación?

Fiódor: Que la pelota caerá, ciertamente.

Rator: ¡Exacto! ¡Es usted muy avispado, Fiódor! La pelota evidentemente se caerá al suelo (suponiendo que nada interfiere con ella). Es más, si posee unos conocimientos de Física básica podría decirme a cuánto tardará en caer y a qué velocidad llegará al suelo.

Fiódor: Eso sería bastante fácil.

Rator: Ahora le invito a reflexionar sobre esta situación. ¿Por qué sabe todo eso? ¿Qué es lo que hace que la pelota se mueva hacia el suelo?

Fiódor: La fuerza de la gravedad, supongo.

Rator: Ya, pero, ¿por qué existe esa fuerza? ¿De dónde sale? ¿Qué la transfiere? Si usted es capaz de responder acertadamente a estas preguntas póngase en contacto con Estocolmo porque sin duda se merece un Premio Nobel de Física.

Fiódor: Hum…

Rator: ¿Ha oído alguna vez algo sobre el concepto de “determinismo”, Fiódor?

Fiódor: No, la verdad. ¿Qué es?

Rator: Para explicarle que es el determinismo, voy a echar mano de las palabras de Pierre Simon Laplace, un sabio francés del siglo XIX. Este buen hombre pensaba lo siguiente:

"Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría condensar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen. Si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensarse en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro, así como el pasado, estaría frente sus ojos."

Fiódor: No me ha quedado muy claro…

Rator: A ver, analicemos lo que decía el bueno de Laplace volviendo al ejemplo anterior de la pelota. Pero ahora en vez una pelota, usted tiene dos pelotas, y una la suelta antes que la otra. Cómo tiene unas condiciones iniciales del sistema y sabe que leyes lo rigen (gravedad) podemos predecir cómo va a evolucionar nuestro sistema. Una caerá antes que la otra y podemos saber con qué diferencia de tiempo lo hacen.

Fiódor: Sí, sin duda.

Rator: Perfecto. Entonces aumentar el número de elementos de nuestro sistema no cambia el desarrollo del mismo. Si tiene unas condiciones iniciales entonces le corresponde un único camino hasta llegar al estado final.

Fiódor: Indiscutiblemente.

Rator: Ahora repitamos el mismo ejercicio mental. Solo que ahora en vez de un par de pelotas vamos a tener muchas pelotas. Muchísimas pelotas, miles de pelotas… ¡Que digo miles…trillones de pelotas! ¡No, más que trillones! ¡Billones! Bueno, el número de pelotas no importa, solo necesitamos saber que hay muchas, más de las que se puedan contar. Pero no solo hay muchas, sino que todo está hecho de pelotas. Usted está hecho de pelotas, las pelotas están hechas de pelotas más pequeñas, el suelo, el aire, todo está hecho de pelotas. Cómo se llamen esas pelotas no importa, átomos, partículas, cuantos, lacasitos… lo que quiera que sea. Además ahora no solo tenemos en cuenta la gravedad para la evolución del estado de las partículas, sino que también interfieren otras fuerzas, la electromagnética, nuclear fuerte, nuclear débil o cualquier otra fuerza misteriosa. A ese sistema que estamos analizando lo vamos a llamar “Universo”.

Fiódor: Ajá.

Rator: Ahora imaginemos que conocemos el estado de todas las partículas del universo y cómo funcionan las leyes que rigen las interacciones entre las partículas. Entonces, al igual que como hemos hecho con los dos casos anteriores, podremos predecir cómo va a evolucionar el sistema, solo que ahora las cuentas son un pelín más complicadas. ¡Es decir! ¡Si supiésemos el estado de todas las partículas del universo y las leyes que lo rigen podríamos predecir el futuro!

Fiódor: Pero… ¡un segundo! Yo soy un humano, y estoy compuesto de un conjunto de tejidos y órganos, que a su vez están hechos de células, que están hechas de orgánulos, hechos de moléculas y estas formadas por átomos. Luego estos también se dividen en partículas más pequeñas, etc. Pero no solo eso, ¡también todo lo que me rodea está compuesto por átomos! El aire que respiro, la ropa que llevo puesta, incluso usted… ¡Y además estos átomos interaccionan entre sí siguiendo unas leyes! ¿Me está diciendo que todo lo que hago, incluso todo lo que pienso no es más que el resultado de las interacciones de los átomos de mi cuerpo entre ellos y su entorno? ¿Que mi conciencia y mis pensamientos no son más que una ilusión creada por la ejecución natural de las leyes del universo? ¿Es decir, que yo solo soy un puñado de átomos ordenados de una determinada manera y que evolucionan siguiendo unas leyes?
¿Qué son entonces mis pensamientos? ¿Una ilusión del universo? ¿En qué me diferencio entonces de una piedra?

Rator: Fiódor, ¿las piedras piensan?

Fiódor: Por supuesto que no, ¡son piedras!

Rator: ¿Y por qué dices que no piensan? ¿A caso es usted una piedra, Fiódor?
¿Cómo puede saber si algo piensa o no? ¿A caso puedo saber yo lo que está pensando usted?
¿Piensan los animales? ¿Piensan las plantas? ¿Piensan las estrellas? Y usted, Fiódor... ¿piensa?

Fiódor: ¡Claro que pienso!

Rator: ¿Y qué es pensar?

Fiódor: Hum…

Rator: Piense, Fiódor, piense…

Fiódor: Entonces… aquel libro existe, ¿no? Es decir, el universo existe, por lo que necesariamente tuvo unas condiciones iniciales, o si no las tuvo, podemos establecer unas nuevas con las que tenemos en este mismo instante. ¿Entonces todo está escrito? ¿Estaba escrito que yo iba a hacer estas preguntas en este mismo instante? ¿El libre albedrío es falso? ¿Se puede “leer” ese libro de alguna manera?

Rator: Veo que empieza a captar el intríngulis del tema que aquí nos atañe Fiódor.  Pero me temo que todo esto no es tan fácil… Hasta principios del siglo XIX las teorías de Laplace sobre el determinismo y la predictibilidad del Universo se consideraban “más o menos ciertas” y resultaban complicadas de refutar. Sin embargo algo sucedió, nació la mecánica cuántica, que echaba al traste toda la teoría que el pobre Laplace había elaborado tan meticulosamente. Concretamente el “Principio de incertidumbre”, enunciado por el físico Werner Heisenberg en 1925. Dicho principio (hasta el día de hoy considerado cierto y comprobado experimentalmente) afirma que no es posible conocer la posición y el momento lineal (velocidad) de una partícula en un instante determinado con una precisión absoluta. En otras palabras, cuanto mejor conozco la velocidad de una partícula, menos sé sobre su posición. Y viceversa. La explicación más intuitiva explicada en términos sencillos y no muy correctos de este principio es la siguiente: Cuando yo miro una partícula muy pequeña, séase un electrón, para observarla necesito que un fotón, choque contra el electrón y rebote hasta mis ojos o mi aparato de medida para poder obtener una ‘imagen’ del electrón. Ese choque desvía al electrón cambiando su estado, creando una incertidumbre. Si yo quisiese medir ese error tendría que realizar otra vez una medición y me encontraría con el mismo problema. Y así hasta el infinito.

Fiódor: Mmm… entiendo el impedimento. El simple hecho de observar un suceso ya cambia el resultado.

Rator: ¡Exacto! Es imposible conocer el estado exacto de algo. Da igual lo que hagas, o como lo hagas, siempre va a haber un error, por mínimo que sea. Por lo tanto aquel demonio de Laplace que podía conocer la el estado de todas las partículas del universo es, físicamente, imposible.

Fiódor: Hum, ya veo… Ergo, el determinismo no existe, por lo que el destino, ese libro del que hablábamos al principio, tampoco existe.

Rator: No tan rápido. El principio de incertidumbre no nos dice que esas condiciones iniciales de nuestro sistema no existan. Sólo nos dice que es imposible conocerlo. Es como si ese libro llamado destino, estuviese escrito, pero cerrado, y con una cerradura sin llave.

Fiódor:

FIN DE LA CONVERSACIÓN.

PD: En realidad las cosas no son tal y como nos las cuenta Rator, sino que son aún bastante más complicadas. La mecánica cuántica relacionada con la existencia de la aleatoriedad verdadera es un polémico tema de discusión entre los científicos tanto actuales como pasados. (De esta discusión proviene la famosa frase de Albert Einstein: “Dios no juega a los dados.”) Si bien una gran parte de la comunidad científica defiende la aleatoriedad de los sucesos, también hay otra parte que se inclina por las llamadas “Teorías de variables ocultas”, que son algo parecido al símil del libro cerrado. Pero como he dicho al principio de la entrada, esto no es una disertación sobre mecánica cuántica, mi única intención es despertar una chispa de curiosidad en usted, estimado lector.

PD2: Si quiere saber más sobre el tema le invito a buscar en Google las palabras “Aleatoriedad mecánica cuántica”, “Teoría de variables ocultas”, “Interpretación de Copenhague” o cualquier otra consulta que se le ocurra.





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