"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos."
William Shakespeare
"Ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar puede el hombre escapar a la sentencia de su destino."
Esquilo de Eleusis
"Caminante no hay camino, se hace camino al andar."
Pablo Neruda
Muchos autores, científicos, pensadores, filósofos, eruditos... han
discutido larga y tendidamente sobre el asunto del que voy a discursear en las
siguientes líneas. Y usted, avezado lector, estoy seguro de que ya ha inferido
que el tema que aquí nos concierne no es otro que el "destino". Un
tema muy poético... a la par que espinoso. Pero antes de empezar con el meollo
de la cuestión, conviene hacer unas aclaraciones:
Primero de todo, hay que definir qué es el "destino", ya
que como uno aprende cuando estudia matemáticas, antes de empezar a hacer
filigranas con las ideas hay que definirlas correcta e inequívocamente para
evitar confusiones. De no ser así acabaríamos en divagaciones y sinsentidos que
no llevan a ninguna parte.
Y bien, ¿qué es el destino? Si uno se va al diccionario de la
Real Academia Española se encuentra con numerosas acepciones de la palabra, de
las cuales pocas nos interesan. Así que como no me convencían mucho, indagando
en Internet he podido encontrar una que nos puede servir:
"El destino (también llamado fátum, hado o sino) es el poder sobrenatural inevitable e ineludible que, según se cree, guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido, de forma necesaria y fatal, en forma opuesta a la del libre albedrío o libertad."
Como habéis imaginado la mayoría, sí, está sacado de la Wikipedia, se me da muy bien indagar. Pero bueno, con esto nos sirve.
Otra aclaración que me veo obligado a realizar es que no voy a
ahondar en el terreno teológico del destino. Ya sabéis que si os mola ese
rollo, este no es vuestro blog.
Tampoco se va a hablar sobre el destino visto como en la película
de Destino Final, en la que un grupo de chavales evita la muerte en un
accidente y como estaban marcados por el destino van muriendo uno a uno. No,
ese no es el destino que vamos a tratar.
También os aviso de que en el texto aparecerán algunas pinceladas
de física, ya que sí uno habla del mundo, entonces habla de física. ¡No os
asustéis! ¡Esto no es una disertación sobre mecánica cuántica! Toda la física
que aparezca en el texto será estrictamente necesaria y ajustada al
conocimiento de física de una persona que sepa que las cosas están hechas de
átomos. Es decir, no hace falta ni la ESO, solo ganas de usar un poco el coco.
Dicho esto, os dejo con esta curiosa conversación entre dos simpáticos personajes:
Rator: Querido Fiódor, imagínese un libro. Un
libro en el que está escrito todo lo que ha sucedido, lo que está sucediendo
ahora mismo y lo que sucederá en un futuro. Algo así como el almanaque deportivo de "Regreso al Futuro"
pero a lo bestia. Un libro que contenga todas las guerras habidas y por
venir. Todos los primeros besos y todos los últimos. Aquél que tiene entre sus
páginas el detallado nacimiento de las primeras estrellas y, unos capítulos más
adelante, la muerte de la civilización humana. Imagínese un libro en el que se
cuentan todas las historias contadas, y todas las historias que están
por contar. Un libro en el que estaba escrito que usted escucharía estas palabras
y que yo las diría. En resumen, un libro en el que estuviese escrita toda la
historia del universo, con el máximo detalle. Desde el inicio de todo, si es
que existe dicho inicio, hasta el final, si es que lo hay. Ese libro es el
destino.
Fiódor: ¿Y ese libro existe?
Rator: Para tener un libro primero hemos de
tener páginas, Fiódor. Dichas páginas deben estar ordenadas de
alguna forma para que lo que esté escrito posea algún sentido. Entonces,
¿cree usted que podemos ordenar los sucesos del universo como si de las páginas
de un libro se tratase?
Fiódor: Pues no sabría decirle…
Rator: Me temo que esta cuestión ya es el primer
obstáculo con el que nos enfrentamos a la hora de hablar sobre el destino. Para
poder hablar del destino debe haber un futuro, un pasado y un presente. Es
decir, tiene que existir el tiempo. ¿Y qué es el tiempo? ¿A caso existe?
Fiódor: Hombre, yo distingo entre ayer, hoy y
mañana. Así que el tiempo, a mis ojos, existe.
Rator: ¿Pero ese tiempo que percibe usted es el
mismo que percibo yo? Está es una cuestión aún más compleja de responder si
cabe que la que nos estábamos preguntando, así que vamos a dejarla de lado y
vamos a suponer que el tiempo existe y converge de una manera
"relativamente" lineal en la misma dirección, aunque no
necesariamente a la misma velocidad en todos los sitios. Como el agua que pasa
a través del cauce de un río, sólo que por unos lados el fluido se
desplaza con distinta rapidez que por otros.
Fiódor: Mmm… De acuerdo.
Rator: Apartada esta cuestión y asumiendo que
podemos establecer una cronología dentro de una colección de sucesos, le invito
a realizar el siguiente ejercicio mental:
Imagínese, Fiódor, que está sosteniendo con su mano un objeto
cualquiera, digamos, una pelota. Y de repente abre la mano y suelta la pelota.
¿Qué ocurrirá a continuación?
Fiódor: Que la pelota caerá, ciertamente.
Rator: ¡Exacto! ¡Es usted muy avispado, Fiódor!
La pelota evidentemente se caerá al suelo (suponiendo que nada interfiere con
ella). Es más, si posee unos conocimientos de Física básica podría decirme a cuánto tardará en caer y a qué velocidad llegará al suelo.
Fiódor: Eso sería bastante fácil.
Rator: Ahora le invito a reflexionar sobre esta
situación. ¿Por qué sabe todo eso? ¿Qué es lo que hace que la pelota se mueva
hacia el suelo?
Fiódor: La fuerza de la gravedad, supongo.
Rator: Ya, pero, ¿por qué existe esa fuerza? ¿De
dónde sale? ¿Qué la transfiere? Si usted es capaz de responder acertadamente a
estas preguntas póngase en contacto con Estocolmo porque sin duda se merece un
Premio Nobel de Física.
Fiódor: Hum…
Rator: ¿Ha oído alguna vez algo sobre el
concepto de “determinismo”, Fiódor?
Fiódor: No, la verdad. ¿Qué es?
Rator: Para explicarle que es el determinismo,
voy a echar mano de las palabras de Pierre Simon Laplace, un sabio francés del
siglo XIX. Este buen hombre pensaba lo siguiente:
"Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría condensar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen. Si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensarse en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro, así como el pasado, estaría frente sus ojos."
Fiódor:
No
me ha quedado muy claro…
Rator: A ver, analicemos lo que decía el bueno
de Laplace volviendo al ejemplo anterior de la pelota. Pero ahora en vez una
pelota, usted tiene dos pelotas, y una la suelta antes que la otra. Cómo tiene
unas condiciones iniciales del sistema y sabe que leyes lo rigen (gravedad)
podemos predecir cómo va a evolucionar nuestro sistema. Una caerá antes que la
otra y podemos saber con qué diferencia de tiempo lo hacen.
Fiódor: Sí, sin duda.
Rator: Perfecto. Entonces aumentar el número de
elementos de nuestro sistema no cambia el desarrollo del mismo. Si tiene unas
condiciones iniciales entonces le corresponde un único camino hasta llegar al
estado final.
Fiódor: Indiscutiblemente.
Rator: Ahora repitamos el mismo ejercicio
mental. Solo que ahora en vez de un par de pelotas vamos a tener muchas
pelotas. Muchísimas pelotas, miles de pelotas… ¡Que digo miles…trillones de
pelotas! ¡No, más que trillones! ¡Billones! Bueno, el número de pelotas no
importa, solo necesitamos saber que hay muchas, más de las que se puedan
contar. Pero no solo hay muchas, sino que todo está hecho de pelotas. Usted
está hecho de pelotas, las pelotas están hechas de pelotas más pequeñas, el
suelo, el aire, todo está hecho de pelotas. Cómo se llamen esas pelotas no
importa, átomos, partículas, cuantos, lacasitos… lo que quiera que sea. Además ahora
no solo tenemos en cuenta la gravedad para la evolución del estado de las
partículas, sino que también interfieren otras fuerzas, la electromagnética,
nuclear fuerte, nuclear débil o cualquier otra fuerza misteriosa. A ese sistema
que estamos analizando lo vamos a llamar “Universo”.
Fiódor: Ajá.
Rator: Ahora imaginemos que conocemos el estado
de todas las partículas del universo y cómo funcionan las leyes que rigen las
interacciones entre las partículas. Entonces, al igual que como hemos hecho con
los dos casos anteriores, podremos predecir cómo va a evolucionar el sistema,
solo que ahora las cuentas son un pelín más complicadas. ¡Es decir! ¡Si
supiésemos el estado de todas las partículas del universo y las leyes que lo
rigen podríamos predecir el futuro!
Fiódor: Pero… ¡un segundo! Yo soy un humano, y
estoy compuesto de un conjunto de tejidos y órganos, que a su vez están hechos
de células, que están hechas de orgánulos, hechos de moléculas y estas formadas
por átomos. Luego estos también se dividen en partículas más pequeñas, etc. Pero
no solo eso, ¡también todo lo que me rodea está compuesto por átomos! El aire
que respiro, la ropa que llevo puesta, incluso usted… ¡Y además estos átomos
interaccionan entre sí siguiendo unas leyes! ¿Me está diciendo que todo lo que
hago, incluso todo lo que pienso no es más que el resultado de las
interacciones de los átomos de mi cuerpo entre ellos y su entorno? ¿Que mi
conciencia y mis pensamientos no son más que una ilusión creada por la
ejecución natural de las leyes del universo? ¿Es decir, que yo solo soy un
puñado de átomos ordenados de una determinada manera y que evolucionan
siguiendo unas leyes?
¿Qué son entonces mis pensamientos? ¿Una ilusión del universo? ¿En
qué me diferencio entonces de una piedra?
Rator: Fiódor, ¿las piedras piensan?
Fiódor: Por supuesto que no, ¡son piedras!
Rator: ¿Y por qué dices que no piensan? ¿A caso
es usted una piedra, Fiódor?
¿Cómo puede saber si algo piensa o no? ¿A caso puedo saber yo lo
que está pensando usted?
¿Piensan los animales? ¿Piensan las plantas? ¿Piensan las
estrellas? Y usted, Fiódor... ¿piensa?
Fiódor: ¡Claro que pienso!
Rator: ¿Y qué es pensar?
Fiódor: Hum…
Rator: Piense, Fiódor, piense…
Fiódor: Entonces… aquel libro existe, ¿no? Es
decir, el universo existe, por lo que necesariamente tuvo unas condiciones
iniciales, o si no las tuvo, podemos establecer unas nuevas con las que tenemos
en este mismo instante. ¿Entonces todo está escrito? ¿Estaba escrito que yo iba
a hacer estas preguntas en este mismo instante? ¿El libre albedrío es falso?
¿Se puede “leer” ese libro de alguna manera?
Rator: Veo que empieza a captar el intríngulis del
tema que aquí nos atañe Fiódor. Pero me
temo que todo esto no es tan fácil… Hasta principios del siglo XIX las teorías
de Laplace sobre el determinismo y la predictibilidad del Universo se
consideraban “más o menos ciertas” y resultaban complicadas de refutar. Sin
embargo algo sucedió, nació la mecánica cuántica, que echaba al traste toda la
teoría que el pobre Laplace había elaborado tan meticulosamente. Concretamente
el “Principio de incertidumbre”, enunciado por el físico Werner Heisenberg en
1925. Dicho principio (hasta el día de hoy considerado cierto y comprobado
experimentalmente) afirma que no es posible conocer la posición y el momento
lineal (velocidad) de una partícula en un instante determinado con una precisión
absoluta. En otras palabras, cuanto mejor conozco la velocidad de una partícula,
menos sé sobre su posición. Y viceversa. La explicación más intuitiva explicada
en términos sencillos y no muy correctos de este principio es la siguiente:
Cuando yo miro una partícula muy pequeña, séase un electrón, para observarla
necesito que un fotón, choque contra el electrón y rebote hasta mis ojos o mi
aparato de medida para poder obtener una ‘imagen’ del electrón. Ese choque
desvía al electrón cambiando su estado, creando una incertidumbre. Si yo quisiese
medir ese error tendría que realizar otra vez una medición y me encontraría con
el mismo problema. Y así hasta el infinito.
Fiódor: Mmm… entiendo el impedimento. El simple
hecho de observar un suceso ya cambia el resultado.
Rator: ¡Exacto! Es imposible conocer el estado
exacto de algo. Da igual lo que hagas, o como lo hagas, siempre va a haber un
error, por mínimo que sea. Por lo tanto aquel demonio de Laplace que podía
conocer la el estado de todas las partículas del universo es, físicamente,
imposible.
Fiódor: Hum, ya veo… Ergo, el determinismo no existe, por lo que el destino, ese libro del que hablábamos al principio, tampoco existe.
Rator: No tan rápido. El principio de
incertidumbre no nos dice que esas condiciones iniciales de nuestro sistema no
existan. Sólo nos dice que es imposible conocerlo. Es como si ese libro llamado
destino, estuviese escrito, pero cerrado, y con una cerradura sin llave.
Fiódor: …
FIN DE LA CONVERSACIÓN.
PD: En realidad las cosas no son tal y como nos las cuenta Rator,
sino que son aún bastante más complicadas. La mecánica cuántica
relacionada con la existencia de la aleatoriedad verdadera es un polémico tema
de discusión entre los científicos tanto actuales como pasados. (De esta
discusión proviene la famosa frase de Albert Einstein: “Dios no juega a los
dados.”) Si bien una gran parte de la comunidad científica defiende la
aleatoriedad de los sucesos, también hay otra parte que se inclina por
las llamadas “Teorías de variables ocultas”, que son algo parecido al símil del
libro cerrado. Pero como he dicho al principio de la entrada, esto no es una
disertación sobre mecánica cuántica, mi única intención es despertar una chispa
de curiosidad en usted, estimado lector.
PD2: Si quiere saber más sobre el tema le invito a buscar en Google
las palabras “Aleatoriedad mecánica cuántica”, “Teoría de variables ocultas”, “Interpretación
de Copenhague” o cualquier otra consulta que se le ocurra.